Hay viajes que comienzan con una maleta. Y hay otros que empiezan con una pregunta.
¿Quien soy? ¿Para qué estoy aquí?
La evolución humana ha recorrido millones de años. Pasamos de las cavernas a los rascacielos. Del fuego a los satélites. De las estrellas vistas al cielo… a las estrellas descubiertas con ciencia.
OJO CON ESO…
Pero todo eso, por asombroso que sea, es solo la superficie.
El verdadero destino de viaje de nuestra especie no está afuera. está adentro.
No es Marte. No es Silicon Valley. No es la siguiente revolución digital. Es la consciencia de Dios.
Ese momento íntimo, inevitable, en el que el ser humano descubre que no es solo cuerpo, ni solo mente. Que hay algo más profundo. Algo que no envejece. Que no se cansa. Algo que guía.
Un espíritu.
MADRE MIA!
No es dogma. No es doctrina. Es certeza silenciosa. Es intuición que susurra cuando el mundo grita. Es brújula interna en medio del caos.
Y una vez que se activa… ya no hay marcha atrás.
Porque cuando descubrimos que no caminamos solos, cuando entendemos que lo que sentimos como intuición es, en realidad, una conversación entre nuestro espíritu y la Fuente… todo cambia.
Las decisiones ya no son estrategias. Son actos de coherencia. Las relaciones dejan de ser contratos. Y se vuelven espejos.
La evolución no es solo adaptación. Es recordarnos quienes somos, de dónde venimos… y hacia donde volvemos.
Y ese «volver»… no es un lugar.
Es una estado de consciencia. Es el reencuentro con lo divino en lo cotidiano. Es descubrir que Dios no está arriba… Está adentro.