Anoche fue San Juan. Y por primera vez en 18 años no sentí nada.
No hubo ese fuego que limpia, que arde en la arena y en el alma. No hubo carcajadas que desafían al viento. No hubo esa chispa colectiva que cada Junio parecía decirnos: Vamos a estar bien.
Solo silencio. Y una pregunta que me quema más que cualquier llama: ¿Que nos está pasando?
Tal vez sea la política, esa gran obra de teatro donde todos parecen actuar y nadie escucha. O quizás sea el mundo: roto, sobreinformado, desinformado, manipulado por algoritmos que ya ni entendemos. O puede que sea todo junto. Una nube densa de guerras lejanas que ya empezamos a sentir cerca. De corrupción de estafadores que llegan a la presidencia del país con mentiras y mas mentiras. De una juventud que no compra el cuento de un «futuro brillante» porque ese futuro cada vez brilla menos.
Y ahí estábamos: cada uno en su casa, apagados. No por miedo al fuego, sino porque sentimos que ya no queda mucho por quemar.
Pero quiza -solo quiza- este San Juan triste sea una señal. De que es momento de prender otro tipo de hoguera. Una que no dependa de gobiernos, ni de likes, ni de algoritmos. Una que empiece en lo pequeño: en la verdad, en la unión, en volver a mirar al otro con ganas de cambiar algo, auqneu sea poquito.
Porque si no encendemos nosotros la chispa, ¿Quien lo hará por nosotros?